Las tres “P”
El inodoro es uno de los elementos más primarios y cercanos que tenemos cuando accedemos al servicio fundamental de saneamiento. Detrás de este artefacto se desarrolla una red enorme de cañerías secundarias, primarias, cloacas máximas, estaciones de bombeo y plantas depuradoras. Todos dispuestos para brindar un servicio esencial para la preservación de la salud de las vecinas y vecinos y la del medioambiente.
Ahora bien, el mal uso del inodoro genera un problema ambiental y económico, enorme.
En 2013 en la ciudad de Londres se encontró un taponamiento en las cloacas del tamaño de un colectivo formado por toallitas que, al mezclarse con grasas de cocina y enfriarse en el subsuelo, habían formado una roca de 15 toneladas y un olor nauseabundo. Este fenómeno dio a luz un nuevo término, fatberg, mole o montaña de grasa, un neologismo que el diccionario de Oxford incorporó en 2015. El último y más reciente fatberg londinense fue hallado en 2018, era más largo que el Puente de Londres y pesaba 130 toneladas.
Si bien en la Ciudad de Buenos Aires, y el primer cordón del conurbano donde actúa AySA, no se han encontrado fatbergs (o “estopas”, como l es llamamos desde AySA) de esa magnitud, nos encontramos a diario con problemas en la red que complican el buen funcionamiento del sistema en su totalidad.
En las zonas residenciales de la ciudad, los desbordes cloacales y el mal olor que suele salir de las bocas de registro o de las conexiones cloacales, son producto del mal uso que se le da al servicio de saneamiento cloacal al arrojar a las redes residuos que no corresponden.
En estas zonas se han encontrado no solamente productos de higiene femenina como podrían ser tampones o toallitas, si no también algodones, pañales, envoltorios plásticos, envases de todo tipo de productos de higiene, como cremas y desodorante corporal, y hasta se han encontrado del tamaño de desodorante de ambientes.
Además, las cloacas también llevan todos los residuos de las cocinas, por lo que también se han encontrado restos de comida, esponjas, virulanas, trapos, bolsas plásticas, colillas de cigarrillos, y todos estos elementos sólidos al ser mezclados con aceites, restos de jabón y productos similares, se solidifican produciendo tapones y obstrucciones.
Los polos gastronómicos son puntos de la ciudad donde se producen importantes focos de taponamientos que provocan desbordes cloacales y malos olores.
Esto se debe a que indiscriminadamente se tiran a la red desechos que no son aptos. Se han encontrado en las redes cloacales de estos polos restos de comidas, corchos, botellas de plásticos y una gran cantidad de aceites y grasas, que al solidificarse y mezclarse con otros residuos, generan grandes tapones que se adhieren a los caños y evitan que el líquido cloacal circule generando desbordes en la vía pública.
Todo esto no sólo queda en la red, sino que genera también consecuencias en las plantas depuradoras. Cuando tiramos el botón, el líquido se va por los desagües y pasa por las cloacas máximas hasta llegar a las plantas depuradoras.
Se estima que al mes llegan a todas nuestras plantas depuradoras más de 70 toneladas (70 mil kg) de sólidos gruesos que no corresponden con lo que se debe tirar a la cloaca. Esto genera no sólo un posible daño operativo a las plantas (se puede quemar una bomba si se traba algo de gran tamaño), sino también el gasto que debe hacer la empresa para transportar esa basura al CEAMSE y pagar el canon por tratarla.
La regla para lo que sí hay que tirar al inodoro es usar las tres “P”:
• Pis
• Papel
• Popó